El desafío del leñador

Felip Rodriguez

Se dice que un joven leñador quedó impresionado con la eficiencia y la rapidez con la que un viejo y experimentado hombre de los bosques de la región donde vivía, cortaba y apilaba madera de árboles cortados. El joven lo admiraba, y su deseo permanente era que un día llegase a ser tan bueno, si no mejor, que el hombre en el arte de cortar madera.

Un día, el joven decidió buscar el viejo leñador, con el fin de aprender con quien sabia más. Por fin, podría convertirse en el mejor leñador que esa ciudad hubiera oído nunca. Después de unos días de aprendizaje, el joven decidió que ya sabía todo, y que ese hombre no era tan bueno como se decía. Impetuoso, desafió al viejo leñador a una apuesta: en un día de trabajo, quién cortará más árboles.

El leñador experimentado aceptó, sabiendo que sería una oportunidad de dar una lección al joven arrogante. Allá quedaron los dos para decidir quién sería el mejor. Por un lado, el joven, fuerte, robusto e incansable, él permaneció firme, y taló árboles sin parar. Por otro, el viejo leñador que llevaba a cabo su trabajo, tranquilo, muy firme y sin mostrar fatiga.

En un momento, el joven miró hacia atrás para ver qué hacía el viejo leñador, y cuál fue su sorpresa al verlo sentado. El joven sonrió y pensó: Además de viejo y cansado, está haciendo tonterías. ¿No es consciente que nos encontramos en una apuesta? Así que continuó cortando madera sin parar, sin descansar un minuto.

Al final del tiempo programado, se encontraron los dos y los representantes del jurado empezaron a hacer recuento y medición. Para la admiración de todos, se encontró que el anciano había cortado casi el doble de árboles que el joven retador.

Éste, sorprendido y molesto al mismo tiempo, le preguntó cuál era el secreto para cortar tantos árboles, si una o dos veces se detuvo a mirar, y lo vio sentado y tranquilo.

Él, por el contrario, no se había detenido ni descansado una sola vez. El viejo, sabiamente, le dijo:

– Cada vez que me veías sentado, yo no estaba sólo sentado, descansando. Yo estaba afilando mi hacha!

 

PARA REFLEXIONAR:

Cuando llegamos a determinados momentos de nuestra vida, como el final de otro año de trabajo, después de las vacaciones de verano o cuando llevamos tiempo intentando conseguir objetivos sin éxito sin preguntarnos si estaremos utilizando las mejores estrategias, si nuestra actitud es la correcta, si nuestros estados mentales están alineados con nuestras acciones para conseguir esas metas que tanto se resisten,  esta metáfora puede ser útil.

Habitualmente creemos que no podemos parar, que el tiempo es dinero y que detenernos es volver atrás, una perdida de tiempo. Estamos inmersos en una cultura que vive mentalmente más allá de su epidermis sin conceder importancia a lo que sucede de epidermis hacia dentro. Esta metáfora nos recuerda simplemente que parar, pensar, reflexionar, nos puede ayudar a ser más productivos en el trabajo y felices en nuestra vida cotidiana. Esta metafora nos recuerda que si afilamos el hacha, podemos empezar a cortar alguno de los circulos viciosos que están presentes en nuestra vida.

 

«Si yo tuviera ocho horas para cortar un árbol, pasaría seis afilando mi hacha.» (Abraham Lincoln)

 

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